
El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente al COVID-19 como una pandemia. En ese momento, el mundo aún no experimentaba confinamientos, hospitales desbordados ni el colapso económico que vendría después. Sin embargo, la frase pronunciada por el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, marcó un punto de inflexión en la respuesta global a la crisis sanitaria.
Desde el 30 de enero de 2020, la OMS ya había emitido su nivel más alto de alerta al considerar al COVID-19 una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional. No obstante, esta advertencia no generó la reacción esperada en la opinión pública ni en muchos gobiernos. Fue hasta el 9 de marzo cuando Ghebreyesus mencionó la amenaza de una pandemia, pero el impacto definitivo llegó el 11 de marzo, cuando en una conferencia de prensa en Ginebra hizo oficial la categorización del brote como pandemia global.
En aquel momento, las cifras oficiales reportaban menos de 4 mil 300 muertes en el mundo. Hoy, cinco años después, la Universidad Johns Hopkins estima que la pandemia ha dejado al menos 6 millones 881 mil 955 fallecidos y más de 676 millones de contagios a nivel global.
El impacto del COVID-19 evidenció la falta de preparación ante emergencias sanitarias de esta magnitud. En respuesta, en diciembre de 2021, los Estados miembros de la OMS iniciaron negociaciones para establecer un acuerdo internacional vinculante que refuerce la prevención y respuesta ante futuras pandemias. Sin embargo, el proceso ha sido complejo y aún queda una última ronda de negociaciones programada del 7 al 11 de abril, con la intención de concluir el proyecto antes de la asamblea anual de la OMS en mayo.
